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La historia de Pachito

Del sueño al desencanto: la llegada a Milán

“Cuando llegamos, pensé que todo iba a ser mejor… Pero no entendía nada de lo que decían, ni siquiera los profesores,” confiesa Pachito con un deje de tristeza. Con quince años, el viaje desde Ecuador a Milán prometía una vida mejor para él y su familia. Pero Quarto Oggiaro le mostró un paisaje frío de bloques grises, esquinas desgastadas y miradas desconfiadas. El idioma era un muro impenetrable, y la pobreza dibujaba fronteras invisibles entre él y los demás.

Quarto Oggiaro, un barrio periférico de Milán, es conocido por su multiculturalidad, pero también por sus problemas de desempleo y exclusión social. Según datos recientes, más del 20% de los jóvenes en la zona abandonan los estudios antes de completarlos, una situación que alimenta la formación de grupos como las baby gangs.

 

La pandilla: una familia en las sombras

“Con ellos, por fin me sentía alguien,” recuerda Pachito al hablar de las baby gangs. Las calles del barrio, con sus grafitis y rincones oscuros, le ofrecieron lo que la escuela y su entorno parecían negarle: un lugar donde nadie lo juzgaba. Al principio eran bromas compartidas y paseos sin rumbo, pero pronto llegaron los pequeños robos, las pruebas de lealtad y las noches llenas de adrenalina. “Era como si por fin alguien me viera, como si importara,” confiesa, dejando entrever la fragilidad que se esconde tras su valentía improvisada.

 

Este fenómeno no es exclusivo de Pachito. Expertos como la socóloga Maria Conti explican que la falta de redes de apoyo para jóvenes migrantes los hace vulnerables a la influencia de estos grupos. “La pandilla no solo les ofrece un sentido de pertenencia, sino también una estructura que su entorno no les proporciona,” comenta Conti.

 

Entre la necesidad y el riesgo: las motivaciones de Pachito

“No quería ser malo, solo quería que alguien me viera,” explica, mientras su voz titubea entre la culpa y la necesidad. En la escuela, Pachito era una sombra; otro chico perdido entre aulas donde no entendía el idioma ni las reglas. En casa, su madre trabajaba jornadas interminables como cuidadora, y su padre buscaba estabilidad en empleos temporales. “No quería preocuparlos, pero tampoco quería sentirme solo,” admite. La pandilla le daba algo que nunca había tenido: un espacio donde ser escuchado, un grupo que lo aceptaba sin preguntas.

 

Según el psicólogo Carlo Rinaldi, esta necesidad de reconocimiento es común en adolescentes que viven en condiciones de marginalidad. “Para ellos, la pandilla representa una forma de afirmarse en un contexto que les niega otras oportunidades,” explica.

 

Secretos y remordimientos: el peso de la doble vida

“Si mi mamá supiera… creo que se le rompería el corazón,” dice con la mirada baja, jugando con las mangas de su sudadera. La culpa lo sigue a todas partes, como una sombra que nunca desaparece. Pachito vive atrapado entre dos mundos: el hijo que su madre admira y el joven que camina por las noches con la pandilla, consciente de que cada pequeña transgresión lo acerca a un destino incierto. “No es que me guste, pero es lo que hay,” se justifica, aunque en su interior las dudas le pesan cada vez más.

 

El peso de la exclusión también afecta a las familias. Estudios del Instituto Nacional de Estadísticas Italiano (ISTAT) muestran que más del 30% de los migrantes enfrentan dificultades para integrarse, dejando a los hijos en un limbo cultural que los aleja tanto de su país de origen como del de acogida.

“Era como si por fin alguien me viera, como si importara”

Un futuro incierto: entre sueños y realidades

“A veces pienso que podría estudiar otra vez, ser alguien mejor… pero no sé cómo salir de esto,” admite con un hilo de esperanza que parece desvanecerse en cada palabra. En los momentos de soledad, Pachito se permite soñar: imaginar una vida lejos de Quarto Oggiaro, lejos de la violencia y de las esquinas donde su nombre resuena entre murmullos. Pero cada sueño parece chocar contra la realidad de un barrio que no perdona. Mientras su madre lucha por construir un futuro para ellos, Pachito siente que el tiempo para cambiar se agota.

 

Sin embargo, hay iniciativas que buscan cambiar estas historias. Organizaciones como "Progetto Giovani" ofrecen apoyo educativo y actividades para alejar a los jóvenes de la calle. “El primer paso es hacerles sentir que no están solos,” explica Giulia Ferri, voluntaria del programa.

 

La encrucijada final: ¿huir o permanecer?

El camino de Pachito está lleno de bifurcaciones, cada una más peligrosa que la anterior. “A veces pienso que podría salir, pero ¿qué hago si no tengo a nadie más?” se pregunta, mientras sus ojos reflejan una mezcla de miedo y esperanza. Frente a una violencia que crece día a día entre las pandillas, Pachito sabe que su corazón está dividido entre la lealtad y el sueño de una vida mejor. “No sé si tengo lo que se necesita para cambiar,” dice con honestidad, dejando al descubierto la lucha interna de un joven que sigue buscando su lugar en un mundo que parece no tener espacio para él.

Su historia, aunque singular, refleja la lucha de muchos jóvenes atrapados en la marginalidad, buscando un camino que les permita salir de las sombras.

Entrevista completa a Pachito

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